Recuerdo los sucesos de esta tarde, de esta semana, y tu pijama de pollitos pasa a segundo plano. Más que nada porque estoy escuchando The Dark Side of the Moon por enésima vez y hoy ocurrió algo sumamente extraño: me llamaron gay.
Bueno, no, no, no me llamaron gay así a secas como cuando me llaman pendejo, no. Fué algo más sutil, sarcástico incluso, pero castrante a final de cuentas. No recuerdo yo, que estaba contandole a una amiga a quien ya le había contado, en el transcurso de nuestra medianamente larga (y largamente mediana) amistad, una cantidad onerosa de chistes homofóbicos, así como comentarios sarcásticos y cargados de humor negro sobre los gays. Ella, hoy, me lanzó el dardo, a bocajarro "¿Lo has considerado?", me preguntó, "digo, los homofóbicos suelen ser gays reprimidos...". Nótense los puntos suspensivos, como queriendo indicar que cierto conocido de ella podría ser un deleznable gay de closet.
Desde luego que yo me lo tomé a broma, no soy homofóbico en absoluto, tengo amigos gay y considero una supina idiotez prejuzgarlos por una decisión TAN TAN TAN simple... ¡Pero, joder! que ya nada se puede en este mundo tan políticamente correcto, yo no puedo hacer chistes y comentarios sarcásticos sobre los gays que se creen tan divas como Barbara Streissand, del tipo que usa la voz melosa y andares de pato diarréico para conseguir el favor de algún hombre heterosexual. De esos que utilizan top, pantalones a la cadera, tanga brasileña que se asoma entre ambas prendas y léxico femeninoide en el afán de publicidad de televisora prostituida. No me puedo burlar de ellos porque incurro en el peligro de dar una impresión de generalización tremebunda. Es decir, si me refiero a uno, me refiero a todos, y eso, querida, en mi opinión, es un error de gran magnitud.
No entiendo, pues, la razón de llamarme homofóbico, y por ende, gay de closet (clara muestra del pensamiento parabólico que nos reseñara el maestro Ibergüengoitia), debido a unos cuantos comentarios sarcásticos sobre alguno de ellos.
Es como cuando miraba el partido de México contra Angola, durante el cual me burlaba de los angoleños suponiendo que corrían tanto debido a que cazaban su propio alimento: miraban una liebre y como no les alcanzaba para un rifle, se turnaban para perseguirla hasta que alguno lo atrapaba (también se aplica a las gacelas para las fiestas del pueblo); o que al portero lo entrenaban lanzándole cocos desde lo alto de las palmeras "¡Órale güey, ahí te va uno!" , y Joao tenía que atraparlo para evitar algún desagradable percance. Eso, supongo yo, no me convierte en angoleño reprimido, ¿O sí?
Pero lo elemental, es que nada es en serio, si acaso demuestran mi desaprobación por alguna que otra situación que a final de cuentas no afecta a nadie.
Lo mismo es aplicable a ciertas situaciones, cargadas de prejuicios idiotas, como cuando me refiero al rosa como un color asqueroso, que me provoca náusea, diarrea, moqueo, dolor ocular y encefálico por el simple hecho de existir, lo odio, simplemente lo odio, NO me gusta. Y de nueva cuenta me llaman gay de closet. "Esque, o sea, el rosa no tiene nada que ver con ser gay o no, es simplemente un color, son solo prejuicios idiotas", yo jamás afirmé lo contrario, pero semejante declaración me puso en jaque técnico, porque quien lo decía suponía de alguna manera que todo aquel que detestara ese pinche color, era prejuicioso. Y por ende, gay reprimido (Bendito Ibargüengoitia)
Es, pues, menester hacer un llamado a la diversidad: Nadie es igual a nadie ni dentro de su mismo grupo, un prieto no es igual a todos los demás prietos, un político no es igual a los demás (los hay mas y menos corruptos) y así sucesivamente, ad infinitum. No se pongan de jarritos, o bailarinas como las llamaría mi abuela, nomás por no entender a una mente claramente superior.
Todo eso cariño, ¡Oh, ama de la maldá, las galletas y las gomitas! Mientras pensaba en tu pijama de pollitos y escuchaba Brain Damage.