Huimos, hace ya casi cuatro años huimos de la Ciudad de México, aquella de la Esperanza, crisol de mierda, olla de grillos y paraíso cosmopolita, tan contrastante la pobre. Huimos, pues de haber seguido ahí, nos habría consumido. Las carreras, las aglomeraciones, los secuestros express, los microbuseros, conductores neuróticos, nubes ocre, tráfico bestial, las prisas, el tiempo perdido... Recuerdo a mi padre contar que en más de una ocasión la miasma se lo había llevado cargando al interior del metro, sus pies no tocaban el suelo, él era parte de una suerte de mosaico fluido que se movía en dirección a las puertas, su voluntad ya no contaba, solo la de la masa.
Las aglomeraciones, las detestaba yo, las sienes me palpitaban y entrecerraba mis párpados, no aguantaba ver a tanta gente junta, tan cerca de mi, tan cerca unos de los otros ni la desconfianza recíproca entre los elementos. Huimos, pues, de todo aquello. Yo no quería, pues aunque la detestaba, resulté chilango al fin: cruel ironía, la detestaba y no la podía dejar, como si alguna esposa codependiente personificara yo. Me dominaba, inhumana, impertérrita, imponente, indiferente, cabrona... Huimos entonces. No más asaltos, ni vecinos neuróticos, no más prisas ni tráfico intratable, nunca más. En mi caso solo me interesaba no volver a ver a tanta pinche gente junta y cerca de mí.
Eligieron Aguascalientes, ciudad modelo y reconocida por no ser nada conocida. Poco original, aburrida y demasiado tranquila. Demasiado, pueblerina incluso, pues a pesar de su infraestructura y planeación urbanística, la mentalidad conjunta de los hidrocálidos resulta en un micromundo donde confluyen la modernidad de los espacios y las corrientes campesinas del siglo XVIII. Así de simple. Tranquila pero aburrida, sin chiste, apenas notable.
Excepto, claro, en la Feria Internacional de San Marcos, donde la verbena, la jarana y el etanol se vierten sobre el colectivo de brutos que conforman la estampa típica de la ocasión. Un lugar donde el gentío, los orines, la cerveza, el vómito y la estupidez fluyen irredentas. No me molesta, la cerveza se tiene que acabar, pues no se va a tomar solita. Es un bien a la nación.
Solo me molesta una cosa: Tanta pinche gente junta, los emos, los darketos, los cholos y los rancheros junto a las vacas y Juan Gabriel. De nuevo, si salto, no vuelvo a tocar el suelo, pues es TANTA pinche gente...
Detesto la Feria de San Marcos, la detesto y que quede claro. Si me quiero emborrachar lo haré en un lugar donde no me cobren por ir al baño, donde no me agarren los pinches cuicos por dar la impresión de que se esfuerzan por su deber. Esos cabrones están hasta mas pedos que los chiquillos de quince años que vagan por ahí. La odio, es un tianguis gigantesco donde lo único que sobresale son los precios, altos, altos como la chingada y la cantidad de cabrones pedos por metro cuadrado. Y que en esa época Aguascalientes se corona campeón de embarazos no deseados entre las adolescentes (Eso me lo contaron con harto orgullo provinciano). La odio y me llaman pendejo por odiarla. Chínguense entonces. Odio a Aguascalientes durante la feria de San Marcos.